viernes, 6 de marzo de 2009

AQUELLA NOCHE EN QUE LA VIDA SE EMPEÑÓ EN ENSEÑARNOS ALGUNAS COSAS.

Diego se iba a la mili, e íbamos a celebrarlo en una noche que prometía ser inolvidable. A su manera lo fue, aunque no hicimos nada que no se hiciera en cualquiera despedida de este tipo, y que, para no agobiar al lector, podríamos resumir en esa máxima existencialista de sexo, droga y rock and roll.

Al terminar la noche todos hicimos un juramento sagrado, que lo que pasó, allí se quedaba. Algunos tenían novias y mejor no contar mucho.

Emilio, que se pasó toda la noche hablando de su ex- (incluso antes de estar borracho, lo que ya nos hizo sospechar de su salud mental) fue quien rompió el juramento; le sirvió para reconciliarse con su ex-, que ahora volvía a ser su novia. En cambio, a los demás les sirvió para discutir con sus novias, que estaban a un paso de ser sus exs. Al final, éstos salvaron la situación culpando, sin ningún reparo, a los que no teníamos novias, que fuimos estigmatizados.

Aquella noche que prometía ser una noche de juerga, de esas que, incansablemente, se vuelven a recordar cada vez que en el azaroso ir y venir de la vida te vuelves a encontrar con los viejos amigos; se había convertido en una noche de revelación, la vida se propuso enseñarnos el valor de grandes palabras, como Amistad, Lealtad, Miseria, Cobardía, Egoísmo, Traición...

Y fue a enseñárnoslo precisamente esa noche, que estábamos todos pedos; aunque quizás fuera la mejor porque, igual que los borrachos dicen siempre la verdad, también es probable que sean de los pocos preparados para verla sin asustarse demasiado.

Cecilio Escudero

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